Fuerte parranda.
Llevaba tiempo viéndole cara de babieca. No era habitual en él y ya me tenía preocupada. Por eso fui a su casa. Allí estaba su hermana que también quería hablar con él, dio un boquinazo antes de entrar. Por suerte no había pasado el fechillo. Al entrar lo encontramos repoteado y con un colorín en el regazo como su estuviera entullado en un frangollo de habitación. -Esto no puede seguir así - le dijimos- Tienes que ageitarte en algo. - ¡Vaya guineo, vemería!- replicó él- - Malimpriado- balbuceamos las dos con el mismo cloquío-. Estaba claro que aquello no había empezado con buen pie, así que propuse irnos a un guachinche para hablar y papear. Todos teníamos jilorio y él, como siempre, ganas de belingo así que aceptó de inmediato. Entonces le entró un palique tremendo y nos reconoció que había sido un singuango con nosotras dos y nos pidió disculpas. Todo se aclaró y prometió que sería su última patujada, reconociendo que se había safado metiendo la pata en la bacinilla hasta el totiso.