Cincelando
El era un joven habilidoso que demostraba su talento brillante y perfeccionista, sutil y delicado, grande y sublime.
Una noche de Abril y sin más compañía que la luz de una farola, comenzó a tallar y pulir una pieza de mármol. Decidió que nadie la vería hasta que estuviera terminada. La creó por encargo pero bajo ninguna presión, sólo él decidía qué obras hacer, qué camino seguir y cómo andarlo.
Comenzó por darle vida a los pies, delicados, sufridos y llagados Era perfecto en la anatomía con un resultado sorprendentemente realista. Prosiguió con un manto donde descansaban esos pies mientras su madre lo sostenía delicadamente con la mano derecha. Los pliegues son suaves, cuesta pensar que sea piedra y no seda.
Continúa por el cuerpo semidesnudo y crucificado para terminar en una cara angelical que transmite un universo de sensaciones; dolor, frustración, amor, esperanza, sufrimiento pero sobre todo mucha paz.
La madre mirando el cuerpo de su hijo ya sin fuerzas. Lo hace con pena y dolor pero al mismo tiempo su semblante transmite alegría y admiración. Unos ojos simétricos separados por una perfecta nariz, bellos labios y una cálida expresión.
La obra es variante en matices; una vena alterada, el perfil de una uña, la sombra de los músculos, el quebranto de los huesos, el rostro exhausto y cansado. Divinos ojos y divina boca para tan sereno semblante. El brazo caído de dolor.
Grande fue el momento que halló el artista en su creación y el amor derramado en cada detalle, en cada golpe de cincel, traducido en gestos y movimientos.
¿Quién le iba a decir en aquel momento que su obra sería tan admirada?
Que llegaría tan lejos en el tiempo y en el alma de tanta gente admiradora de su creación. La ternura se siente y palpa en el ambiente.
Pienso que una obra para ser excelente no necesita ser perfecta, tan sólo debe llegar al espectador de una manera especial. Algo se tiene que mover dentro de ti al observarla y descubrirla, como si la obra te hablara y sonriera susurrándote al oído algo que sólo tú entendieras.
Me ha ocurrido en muy variados escenarios y momentos, y no sólo te llevas contigo pequeños pedacitos de cada obra en forma de imágenes y sensaciones sino que al mismo tiempo dejas pequeñas partes de ti en cada una de ellas.
Hace ya diez años que estuve por primera vez, delante de "La Piedad" de Miguel Angel, y aún me sigue emocionando como entonces.
qué momentazo, verdad? hay que ser de piedra, valga la paradoja, para que una obra así no te conmueva. la belleza absoluta delante de tus ojos. no sé si miguel ángel era consciente de la repercusión de su trabajo, pero la sensación de plenitud que debió tener al terminarlo tuvo que ser total!
ResponderEliminarHola Raúl.
EliminarPues si, yo creo que con ese resultado uno se queda extasiado. Se me antoja ver a un Miguel Angel con esa sensación de plenitud total que dices, y eso que no sabía la repercusión que tendría!!!!!!
Sin duda una obra conmovedora, única, fascinante, perfecta, sublime, qué maravilla!!!!!! Emocionante...
Un beso, amigo.
Precioso grupo escultórico, lo vi cuando estuve en Roma, pero ahora no encuentro la foto que publiqué en mi blog.
ResponderEliminarUn abrazo
Pero siempre puedes encontrarla en tu mente y en tu recuerdo.
EliminarEso es lo bueno de todo esto, que haces tuya la obra cuando te llena.
Y de los viajes te traes muchos recuerdos.
Un abrazo, Jubi.
Es la obra de un gran genio. Lástima que haya que verla desde tan lejos, protegida por un cristal. Nunca me perdonaré no haber visto la exposición que hubo en Madrid de estas fotografías.
ResponderEliminarSi, es una lástima lo del cristal, pero también entiendo que es la mejor manera de conservarla. Porque con tantas visitas al día, tantas miles de manos diarias queriendo tocarla........
EliminarHubiera dado lo que sea por ser ese fotógrafo y estar una noche entera, como estuvo él, delante de La Piedad , sin cristales, y tomando fotos desde todos los ángulos.
Imperdonable no haber visitado la exposición fotográfica eh????? :-)
Otra vez será ¿no?
A ver si tengo esa suerte yo también.
Un abrazo, Tawaki.