Esos veranos de días tan largos le permitía comenzar a preparar la cena cuando aún los rayos de sol calentaban la estancia. El bullicio se colaba por las persianas, en el constante ir y venir de los turistas. Las temperaturas habían sido clementes esa semana, no superando nunca los veinticuatro grados de pico. Lucy fue al mercado que estaba justo debajo de su casa. Compró cebollas, champiñones, vino blanco, pimienta molida, un diente de ajo, queso parmesano y un poco de arroz. Siempre acudía al mismo puesto, los productos eran de primera calidad y el dueño amigo de toda la vida. Apenas había cortado la primera cebolla por la mitad, cuando tocaron a la puerta. No tardó en reconocer a Thomas, el hijo del panadero, aunque la última vez que lo vio la misma mesa donde ahora preparaba la cena le llegaba a la altura de la nariz. Ambos se sorprendieron por igual y después de las habituales preguntas de rutina y cortesía, ella le invitó a cenar. El aceptó. Lucy se había mudado recientemente a c